Renzi y el debate europeo entre las izquierdas

La crisis económica en Europa ha reactivado el antiguo debate dentro del campo de la izquierda entre aquellos que plantean reformar el sistema capitalista para hacerlo funcionar de forma más justa (reformistas) y aquellos que en cambio proponen desafiarlo abiertamente para buscar una alternativa (radicales).

A esta división, parece sumarse otra igualmente nítida en lo que refiere a la estrategia política. Por un lado, están los que proponen una opción centrista y, a través de una moderación del discurso, apuntan a la ampliación de la base electoral para conquistar segmentos de la sociedad no del todo identificables con la izquierda tradicional. Han seguido este camino Manuel Valls en Francia y Matteo Renzi en Italia. Por otro lado, están los que denuncian a esta como a una desviación de la misión histórica de la izquierda y apuntan más bien a una radicalización de la propuesta. Ha sido este el caso, por ejemplo, de Alexis Tsipras y Yanis Varoufakis hasta el famoso referéndum de julio 2015; de Jeremy Corbyn, nuevo secretario del Partido Laborista británico; o del movimiento Podemos en España, que propone un programa antiausteridad para contender al PSOE su anterior hegemonía.

Si se toma en cuenta la impopularidad de Hollande y su primer ministro en Francia y la dificultad de las izquierdas socialdemócratas frente al desafío de las nuevas izquierdas, el caso de Renzi aparece como una notable excepción. Hasta la fecha, Renzi es el claro ganador de la pugna política entre las diferentes maneras de concebir la izquierda en Italia, sin que aparezcan en el horizonte desafíos claros a su proyecto desde la izquierda. ¿Cómo explicar esta peculiaridad en la tierra de Gramsci o del antiguo Partido Comunista Italiano, que en algún momento llegó a ser el mayor de Occidente? Algunas peculiaridades del caso italiano pueden ayudarnos a comprender el misterio.

Los últimos veinte años de política en Italia han evidenciado la incapacidad de la izquierda de hacer frente a dos cuestiones fundamentales: el problema del consenso (cómo ganar los votos necesarios para acceder de forma estable al poder) y el problema del gobierno (cómo combinar el idealismo con la necesidad de aceptar compromisos). Cuando las abultadas coaliciones entre partidos de izquierda lograban ganar las elecciones, lo hacían de forma mínima, exponiéndose a la fragilidad y al desgaste de un Gobierno siempre al borde del abismo. A la vez, en los momentos más complicados del proceso de gobierno, la radicalidad de algunos componentes de dichas coaliciones hacía difícil encontrar acuerdos. La intransigencia de pocos se sobreponía al interés general y, con tal de no traicionar al ideal, se prefería quitar el apoyo al Gobierno y entregar el país a Berlusconi.

En este contexto, es probable que el proyecto político de Renzi no haya sido entendido por el electorado como giro a la derecha, como sugieren sus detractores, sino más bien como un intento de responder a problemas respecto de los cuales la izquierda anterior no había sabido ofrecer soluciones. En primer lugar, la posibilidad de construir un sujeto mayoritario de centro-izquierda, en Italia ha requerido de una convergencia entre dos culturas políticas diferentes: la católica y la socialista. Esta particularidad ha demandado la construcción de un proyecto político que no podía basarse exclusivamente en una u otra tradición. El Partito Democrático, en este sentido, es diferente del Labour británico o del Partido Socialista Obrero Español. En él se funden instancias procedentes tanto de la tradición post-comunista como de las tendencias progresistas del mundo católico.

En segundo lugar, la izquierda radical italiana ha demostrado, una y otra vez, cierta inmadurez frente a la asunción de responsabilidad que requiere el Gobierno del país. La dificultad de construir compromisos y renunciar al maximalismo ha quedado marcada en la memoria del electorado. Pocos han olvidado las traumáticas caídas de los Gobiernos de coalición de centroizquierda liderados por Romano Prodi por mano de las minorías radicales que lo sostenían.

Por último, la crisis económica en Italia ha hecho patentes las debilidades de un sistema político decadente, incapaz de tomar hasta las decisiones más básicas sobre su propio destino (por ejemplo una ley electoral), necesitado de profundas reformas que lo hagan viable para navegar en el complejo contexto europeo. Tan grande desafío sólo podía ser afrontado por un proyecto capaz de construir mayorías constituyentes. Es decir, amplias y abiertas a fuerzas políticas de diferentes colores.

El caso italiano parece sugerir la necesidad de una lectura más pragmática acerca de los niveles de progresismo de un partido político u otro. Paradójicamente, en Italia, el moderado Renzi ha sido entendido por el electorado como la verdadera posibilidad de cambio frente a una izquierda radical que, en cambio, ha sido asociada con el inmovilismo del pasado. Esta lectura permite evitar una visión mitológica de la izquierda y construir, más bien, otra visión que analice, sin dogmatismos, la capacidad de cada propuesta política de incidir sobre las disfunciones, e injusticias presentes en cada contexto. Renzi, Tsipras, Corbyn, Valls, Iglesias serán más o menos de izquierda no a partir de sus eslóganes o referencias culturales, sino a partir de la capacidad efectiva de sus proyectos para afrontar los problemas fundamentales de cada una de sus sociedades y del proyecto europeo más en general.

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